Morir sin haber vivido
Era una ciudad llena de títeres. Estos títeres vivían en un teatro, dominados por una sociedad malévola que los controlaba a todos, algo que ellos mismos habían creado y a lo que se veían sometidos. Los títeres pensaban todos igual, eran exactamente iguales los unos a los otros, ya que no estaban interesados en cambiar y se conformaban con lo que tenían. No había ser en la Tierra más egoísta que ellos, que no eran capaces ni de ayudarse mutuamente. Estaban más vacíos que un riachuelo en la peor sequía. Su único interés consistía en que el día pasara lo suficientemente rápido como para llegar al viernes, que los días del año corrieran hasta que el calor certificara que fuera verano y que, de por medio, consiguieran el papel necesario para vivir, ya que estos títeres vivían por esos papeles que llamaban dinero. Y no tan solo vivían por ellos, también mataban por ellos. No eran más que esclavos de su propio sistema opresor.
Por eso, las pobres marionetas veían pasar su vida y no se daban cuenta, hasta que en su lecho de muerte, echaban la vista atrás e intentaban recordar lo que para ellos había sido la felicidad, que tan solo era materialismo y banalidad disfrazada.
Su escenario eran edificios que habrían sido bonitos, si el humo que se elevaba desde cualquier punto de la ciudad hasta el cielo en forma de espiral retorcida, no nublara la vista. Se construía sin parar, sin ton ni son, sin motivo aparente. Muchas obras se dejaban a medias, y se quedaban ahí, inútiles. Las anchas calles eran bulliciosas, sobre todo a primera hora de la mañana, ya que coincidía con la hora en la que la mayoría comenzaba su turno de trabajo y el tráfico se volvía ensordecedor. Ellos ya estaban acostumbrados a vivir en este panorama tan triste y oscuro, todos sus días eran iguales. El ayer era igual al hoy, el hoy igual al mañana, y con tan solo ver una escena de su día como si fuera una película se hubiera visto toda su vida.
Las construcciones vacías se extendían hacia el océano, y dejaban solo un espacio de arena entre el caos y el mar.
¿Acaso la naturaleza no se sentía triste al ver como uno de sus hijos la destruía y se destruía, por lo tanto, a sí mismo? ¿Cómo podían las olas del mar continuar con su incansable vaivén mientras la corrupción y la destrucción seguían su curso apenas unos metros más allá? Lo único seguro era que la naturaleza lo observaba todo desde el agua, y veía que si los títeres continuaban por ese camino, su representación no iba a terminar con un final feliz.
Mar Roda- 4t ESO C